Cuando hablamos de transición energética, es fácil pensar en paneles solares, turbinas eólicas, baterías de última generación o autos eléctricos. Pero detrás de todas esas innovaciones visibles, hay una fuerza menos evidente —aunque igual de poderosa— que impulsa este cambio: las redes humanas de colaboración.
Hoy más que nunca, las empresas que están liderando la transformación del sector energético han comprendido una verdad esencial: la innovación tecnológica solo es sostenible si va acompañada de innovación en las relaciones humanas. Sin vínculos sólidos entre personas, comunidades y organizaciones, no hay transición energética posible.
Las alianzas permiten compartir aprendizajes, reducir riesgos y multiplicar el impacto de los proyectos. Así lo destaca la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) en su informe World Energy Transitions Outlook 2023, donde señala que “la cooperación intersectorial y la creación de redes sólidas son esenciales para construir sistemas energéticos resilientes y sostenibles”.
En este escenario, el rol de la industria minera es clave. Sus operaciones demandan altos volúmenes de energía, muchas veces gestionados a través de subestaciones, líneas de distribución y redes internas de media y alta tensión. Hoy, algunas compañías están dando pasos decididos hacia un nuevo modelo: integran energías limpias, desarrollan microrredes, invierten en almacenamiento energético y, cada vez más, apuestan por relaciones colaborativas con proveedores, comunidades, trabajadores y otras empresas.
Este enfoque humano y estratégico ya no es una excepción. Empresas como Enel, Ørsted o Schneider Electric han liderado esta transformación desde el sector energético, pero también lo vemos en la minería: BHP, Codelco, SQM o Anglo American han comenzado a reconocer el valor de trabajar en red, desde integrar proveedores locales en sistemas eléctricos hasta fomentar la innovación abierta junto a startups tecnológicas.
¿Por qué es tan importante esto? Porque colaborar con otros —ya sean instituciones, especialistas o vecinos del territorio— permite construir soluciones más pertinentes, con mayor arraigo y sentido local. Según el World Economic Forum, “el desarrollo de capacidades locales y la construcción de ecosistemas colaborativos son fundamentales para una transición energética justa e inclusiva”.
Además, las redes humanas facilitan el flujo de conocimiento y el aprendizaje colectivo. La Agencia Internacional de la Energía (IEA) lo resume bien: “la colaboración entre gobiernos, industria y sociedad civil acelera la implementación de soluciones tecnológicas viables y asequibles”.
Y no es solo una cuestión de eficiencia: también se trata de resiliencia. Frente a escenarios complejos —como crisis globales, escasez de recursos o cambios regulatorios—, las organizaciones que cultivan relaciones sólidas tienen mayor capacidad de adaptarse, responder y evolucionar. Como concluye el World Economic Forum: “la capacidad de adaptación de una organización está directamente relacionada con la solidez de sus relaciones humanas y su red de cooperación”.
En INGELAT lo sabemos: más allá de las soluciones eléctricas que desarrollamos, nuestro mayor aporte a la transición energética está en cómo nos relacionamos con las personas. Porque al final del día, la energía del futuro no solo se mide en voltios o megawatts, sino en confianza, diálogo y colaboración.
¿Y los sistemas tradicionales de energía? Su papel en la transición
La transición energética es un proceso global que busca transformar la forma en que generamos, transmitimos y consumimos energía, con el objetivo de avanzar hacia un sistema más limpio, eficiente y resiliente. En este contexto, surge una duda frecuente: ¿qué pasará con los sistemas tradicionales de distribución y las redes de alta tensión? ¿Tienen cabida en el nuevo paradigma energético?
La respuesta es sí —pero con una condición clave: deben evolucionar.
Durante décadas, el sistema eléctrico ha operado bajo un modelo centralizado. Grandes plantas generan energía, que luego se transporta por redes de alta tensión hasta los centros de consumo, para finalmente distribuirse mediante redes de media y baja tensión. Este modelo, aunque eficaz, es rígido y unidireccional.
Hoy, con la incorporación de energías renovables distribuidas, la digitalización de la red y el surgimiento del prosumidor (el consumidor que también genera energía), se hace necesaria una transformación profunda. La red de distribución debe convertirse en un sistema bidireccional, inteligente y flexible, capaz de integrar generación distribuida, almacenamiento y gestión dinámica de la demanda.
Pero esto no significa abandonar lo que ya existe. Muy por el contrario: la infraestructura actual es la base sobre la que se construye el nuevo sistema. Modernizarla implica incorporar medidores inteligentes, plataformas de monitoreo en tiempo real y sistemas automatizados de gestión, lo cual potencia su capacidad y funcionalidad.
En paralelo, la red de alta tensión mantiene —y amplía— su relevancia. Es esencial para transportar grandes volúmenes de energía a largas distancias con mínimas pérdidas, algo vital para conectar parques solares o eólicos ubicados lejos de las ciudades. Además, permite interconectar regiones y países, compartir excedentes y aumentar la seguridad del suministro.
Eso sí, también debe adaptarse: integrar tecnologías digitales, almacenamiento energético y nuevos sistemas de control que permitan operar de forma más eficiente y flexible.
El resultado de este proceso es un sistema energético híbrido, donde conviven generación centralizada y distribuida, redes inteligentes y usuarios activos. Este sistema potencia el uso de energías limpias, mejora la eficiencia y se adapta mejor a los desafíos climáticos y tecnológicos.
Lejos de quedar obsoletos, los sistemas tradicionales —bien adaptados y modernizados— son la columna vertebral de la transición energética. Representan tanto un desafío como una enorme oportunidad para avanzar hacia un futuro más justo, limpio y resiliente, en INGELAT seguimos avanzando con esa visión .